miércoles, 24 de enero de 2018

LA ALEGORÍA DEL CUARTO OSCURO

Hace unas semanas, fui convocada a una “Fiesta de Solteros”. Su anfitriona -una estupenda mujer de “armas tomar”, feminista y rockera, muy bad-ass- se sintió con la confianza suficiente para servir, eventualmente, de dulce Celestina, pero sin garantizar ningún enlace psico-sexo-emocional entre sus invitados, todos mayores de 35 años. Pero eso sí sin escatimar en licor, siempre necesario para despertar los ánimos más apagados y las personalidades más tímidas (o las más temidas).

En esa fiesta, conocí (o medio recuerdo haber conocido) a un personaje al que sólo llamaremos por su inicial: A. (Para guardar su identidad, no vamos a mencionar su género; puede ser hombre, mujer o “pecado”). Dentro de las conversaciones que se puede tener entre shot y shot de ginebra y vodka, logramos crear cierta afinidad; pero lamento decir que yo “caí” por culpa del traicionero alcohol y no pude mantener ni una conversación más. Hasta ahí llegó esa noche.

Dos días después, me levanto con tres peticiones de amistad en mi perfil de Facebook, algo extraordinario con los tiempos que corren. Eran tres personajes que habían frecuentado la fiesta: dos con los que ni siquiera crucé palabra, y el tercero, A.

Como es ya dinámica en las redes sociales, uno acepta, se hace una introducción -sosa, por lo demás, sobre cómo se gana la vida, qué tal va el día y más información banal, que uno termina copiando y pegando en el chat siguiente, por la pereza de gastar tiempo en la repetición-.

Sin embargo con A., la conversación fluyó en el curso de la mañana: mensaje va y viene por Messenger; hasta que uno de los dos, bien atrevido, toma el paso siguiente y propone seguir la conversación por Whatsapp… Todo un avance en la relación!

Fluyeron tanto las ideas y los puntos en común, que con A. decidimos vernos al final de la semana, para compartir ideas al calor de unos sexies Martinis. Para avanzar en la historia, se concertó en almuerzo extendido, en una deliciosa tarde soleada en Bogotá, que para mí es lo más cercano a la felicidad.

Maravillosa tarde, encantadora noche… hasta que uno se pone a filosofar sobre los inconvenientes y las angustias por buscar pareja después de los 35 años. En mi experiencia, como soltera “reencauchada” luego de un muy difícil matrimonio y un divorcio delicado, ha sido como estar en la montaña rusa del parque MundoAventura: uno se sube al carrito, creyendo que ya sabe cómo es el asunto; la subida es tensionante, pero cuando llega a la bajada vertiginosa, se da cuenta que nada lo había preparado para ese vacío tan inmundo.

A. describió de manera impecable ese angustiante recorrido de la soltería madura con una escena de terror (tal como montarse en una montaña rusa en Colombia):

“Es como lanzar un montón de adolescentes con vendas en los ojos en un cuarto… y muévanse… Finalmente todos se van a estrellar y a romper la nariz contra los muros y entre ellos. Después caminarán más despacio, midiendo cada paso con los brazos adelante esperando el golpe. Algunos se harán en una esquina y no se moverán; y uno que otro se encontrará de frente, de manera fortuita, y se abrazarán fuertemente tratando de no soltarse”.

Fotografía de David Teplica - Fuente: Cultura Colectiva
 La descripción es muy oscura, pero muy precisa.

Y en eso juega mucho la mediación que hacen las redes sociales como canal para encontrar a alguien; y, si le va bien, quedarse con esa persona por un tiempo (indefinido).

Soltera y soltero que se digne de serlo ya pasó por Tinder (o todavía escarba a ver qué encuentra, como un gallinazo a la carroña). Eso sí es como pasar por todos los estadios del ánimo: una autoestima desbordada por la atención; la líbido espléndida; una simpatía y donosura que no se la conocen en la casa… Como quien canta: “¿Quién pudiera tener la dicha que tiene el gallo?”

Así debería ser Tinder: gente real - Fuente: cívico.com


Pero en mi experiencia, Tinder es como un rito de paso que hay que cumplir para saber qué es lo que uno NO quiere en su vida.

No puedo desconocer que conocí gente realmente interesante: todos muy decentes (hasta que empiezan a acosar a las 10:00 am por fotos reveladoras); relativamente definidos en su vocación laboral, unos más claros en que querían sólo una conexión pasajera y uno que otro (rarezas para la red) buscando algo “serio”.

Yo lo digo sin tapujos: pasé por todo el rito y quemé, una a una, las etapas. Fue chévere y excitante, pero agotador. El “Sexting” exije mucho tiempo e ingenio; y repartir la agenda para verse con gente que ni siquiera es capaz de pagarle un Mocaccino en Juan Valdéz (pero, eso sí, sugiere lo agradable que sería ir a la casa de uno a pasar la noche) es un insulto a la inteligencia.

Es triste admitirlo, pero “la calle está difícil”, como reza un comentario afín a las chicas de la noche. Yo pensaba que sólo para las mujeres, que nos teníamos que dar codo a codo entre nosotras para conseguir “machuque”. Pero tal como me lo han dicho varios amigos hombres, para ellos no es muy fácil tampoco.

Por el momento, sólo logro llegar a una conclusión, que está también alimentada por lo que anotaba A.: entre más adultos nos volvemos, creemos que tenemos claro el panorama emocional; y que el intercambio psico-sexo-emocional que nos promete Tinder sólo termina por ahogar toda forma de profundidad. Y lo más triste: volvemos a ser esos adolescentes, temerosos de golpearnos nuevamente; pero que sólo tenemos la opción de quedarnos en la esquina, sin encontrarnos con nadie; o enfrentarnos al posible golpe que tenemos garantizado en la búsqueda de un nuevo amor.

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