Aunque uno lo quiera, es difícil sustraerse a la atención -y la tensión- que ha suscitado desde hace varios meses la campaña del #MeToo -que se podría traducir como "Yo también" o "A mí también"-.
La revelación que han hecho muchas personalidades de Hollywood llegó también a otras industrias, donde las mujeres del mundo de las artes, las grandes multinacionales y hasta el deporte, han empezado a hablar. Como una reacción en cadena, desde que una habló, las demás se acomodaron en coro; y, desde ahí, ha sido uno tras otro el acusado.
En el escenario colombiano, durante la reciente semana una brillante periodista llamada Claudia Morales, escribió una columna en el diario El Espectador (el segundo de mayor circulación en el país) contando su propio infierno. "Una defensa del silencio" narra muy a grandes rasgos el abuso sexual de "un" jefe, luego de una jornada laboral, pero dejando ver su triste testimonio. A partir de esas líneas, todo la plana mayor del periodismo colombiano saltó y empezó a buscar quiénes habían sido los superiores en las diferentes posiciones que había ocupado Morales.
La periodista Claudia Morales - Fuente: Diario El Espectador |
Plantón organizado por el grupo "25.11.16" para rechazar el abuso hacia las mujeres, en el Parque Nacional de Bogotá - Cortesía Lina Gómez |
Al respecto lo que a mi me empieza a sorprender, cuando empiezan a señalarse las "vacas sagradas" de los medios de comunicación colombianos, es que la propia Claudia los empieza a negar y los descarta para no meter a nadie "en camisa de once varas", como se dice vulgarmente.
Parto de este caso, de los que se está empezando a destapar las cartas, para apuntarle a un asunto que para mi es tan grave como el propio abuso: el código de silencio.
Es respetable que se quiera guardar silencio, por alguna de las anteriores razones, o por todas, o por ninguna. Pero el dar el valiente paso para alzar la mano y decir #AMíTambién, conlleva una responsabilidad propia y ante los demás para abrirse y señalar.
Cuando yo me reconocí como víctima sistemática de violencia física, psicológica y emocional hace unos años, también pasé por esos tres estadios del silencio. Un día, sentí que debía "salir del clóset" y hablar públicamente, por dos razones: la primera, para acelerar el proceso de sanación profunda y de perdón, para el mío propio y para el abusador. Y la segunda, porque me envalentoné cuando las mujeres en Colombia empezaron a acusar penal y socialmente a sus ex parejas que las maltrataban. Ahí me di cuenta que el silencio es el que empaña el juicio y encadena a la víctima, no al victimario.
Y tuve una idea, que fluyó a partir de un momento de profunda introspección:
No somos víctimas de nuestras circunstancias. Somos víctimas de nuestro silencio.
De esa manera, el silencio también se convierte en una desagradable zona cómoda, porque nadie quiere ser enjuiciado por lo que sufrió. Nadie se quiere exponer a una crítica, a un comentario pesado, a un chiste fuera de lugar. A, tal vez, no poder reconstruir su vida sentimental porque las potenciales parejas ya miran con desdén a esa persona que decidió hablar en algún momento sobre sus tristes circunstancias. Aquí llamo la atención sobre la importancia de poner tanto a mujeres y a hombres que han sido víctimas, porque los malheridos somos de parte y parte.
En definitiva, sobre lo que quiero llamar la atención es sobre el yugo del silencio. Encuentro que todo el revuelo sobre los abusos sexuales dan una oportunidad muy positiva para que se hable abiertamente, empiecen a fortalecerse las dinámicas de apoyo a las víctimas; a que tanto mujeres como hombres que han sido abusados de cualquier manera, sin importar el rango del abusador. Y que, más pronto que tarde, se encuentren canales de confianza para señalar penal, social y laboralmente a quienes nos han obligado a callarnos.
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