martes, 12 de febrero de 2019

LOS TOROS EN EL CAMPO Y LAS CORRIDAS EN LA CAMA

Acompáñenme a ver esta triste historia:

Febrero de 2008. Domingo soleado bogotano, de esos que invitan a departir alegremente. El ánimo está arriba y el humor es festivo.

Plaza de Toros La Santamaría, ubicada en la céntrica zona de La Macarena de la capital. La primera y muy anhelada fecha de la temporada taurina, que se había hecho esperar un año por parte de los aficionados. 

Estoy vestida con mi mejor "percha", como para lucirme en un magnífico evento. Como en esos donde uno va a ver gente; y si lo logra, ser visto también. Elegancia total: sombrero, chaqueta de cuero. Y la pose acorde a una etiqueta propia de un evento donde se sienta lo más granado, lo más "chirriado" (como se dice en buen bogotano), lo más selecto de la sociedad colombiana: ministros, jet set, gente linda. Los que uno ve sólo en las revistas del corazón.

No era la primera vez que asistía a una corrida de toros. Como me preciaba de ser taurina, o de creer que me gustaban esos eventos, ya me había estrenado unos meses antes en la Plaza de Toros de Manizales con su habitual temporada, en el marco de su Feria anual. Así que el evento en Bogotá prometía ser estupendo.

Mural en la calle 53 con carrera 9a de Bogotá

Yo estaba convencida que me gustaban las corridas: ver el inicio con los caballos, la entrada de los toreros, la llegada del imponente toro de lidia a la arena. Hasta ahí, todo es belleza en el traje de luces, en la capa roja, en la corta embestida del toro que está siendo provocado.

Hasta cuando las banderillas empiezan a apuntar al lomo del animal. Y el torero las entierra cada vez más profundo. Y el toro empieza a botar sangre, bastante sangre. Y a trastabillar. Y a ser confundido por los picadores, los banderilleros y los mozos que asisten al valiente y decidido matador.

Yo pensé que, de verdad, disfrutaba ver este "espectáculo". Que me parecía simpático ver cómo un furioso animal de 400 kilos podía descomponerse de tal manera, que le da al torero la plena oportunidad de darle una estocada definitiva y desangrarlo en la arena. Frente a 10.000 asistentes (aproximadamente), satisfechos por el triunfo del hombre sobre la bestia.

Pero yo me quería morir. Cada estocada al toro me generaba más angustia, más asco, más arcadas. Me dio un afán tremendo por salir corriendo de ese sitio; que aunque es a la intemperie y no tiene puertas en su interior, era imposible irse. Estaba totalmente obligada a terminar de presenciar todo el evento, hasta el final del último toro y presenciar la ovación del torero español del momento, siendo recompensado con las dos orejas del toro y alzado en hombros. Lluvia de claveles rojos y pañuelos blancos al matador.

Graffiti encontrado por ahí

Los toros, en el campo...

Hoy lo pienso y me cuesta creer que ese tipo de eventos aún existen. No sé si el símil sea acertado, pero es como si la civilización occidental aún permitiera la celebración del Circo Romano, donde algún emperador moderno dispusiera a su antojo arrojar a sus contradictores a una arena llena de leones. Sólo por el placer de ver cómo las fieras los devoran desangrados. Insisto: no sé si puedan asemejarse las dos clases de "carnicerías", pero el propósito final es el mismo. Ver la muerte de un ser por el disfrute de la sangre y la muerte.

Para explicar este radical cambio en mi postura sobre las corridas de toros desde ese febrero de 2008, creo que se debe principalmente a tener la oportunidad de convivir con animales (para mi, con Lulú Esperanza, mi perra Beagle). Me explico:

Cuando se está cerca de perros, gatos, o de animales con los que se comparte la vida, la vivienda y hacen parte de la familia humana, el contacto con la naturaleza es muy profundo. Se adquiere una sensibilidad especial hacia esos seres y se crea una relación muy profunda. Y, en mi caso, también se genera un interés por la protección hacia los animales: se logra entender que no son cosas que deberían utilizarse para fines perversos, como las corridas de toros; y que, tal como establece la Ley colombiana, "son seres sintientes".

... Las corridas, sólo en la cama...

Debo confesar que, si hay algo con lo que me declaro una fundamentalista, es con el cuidado animal. Con eso he logrado hacer cambios en mi vida diaria, ante todo con mis hábitos de compra y consumo.

Hace unos meses, encontré una página de una fundación que se dedica a rescatar perros en laboratorios que son destinados para las pruebas de detergentes, maquillajes y demás artículos de uso personal humano. En particular los perros son de raza Beagle, a quienes les provocan crueldad animal. Obviamente me aterré, porque prácticamente era fiel compradora de casi todas esas marcas. Y definitivamente, los humanos somos animales de costumbres, por lo cual estamos habituados a comprar una y otra vez las mismas cosas, sin saber el daño que se genera.

Desde eso me he dedicado a hacer la migración a marcas que no estén relacionadas con la lista de marcas que realizan experimentos en animales. No soy de adquirir artículos orgánicos, pero si trato de cerciorarme que lo que compro no tenga ninguna conexión con las empresas acusadas de crueldad animal.

Pero volviendo a los toros, esto no es sólo una elección de no ir a las corridas (que además son bien caras y pretenciosas, en mi humilde concepto). Para mi ha sido adquirir una sensibilidad, cada vez más profunda, sobre la protección animal y todo lo que eso implica en la responsabilidad que tenemos.

Listado de marcas y empresas que hacen pruebas con animales - Beagle Freedom Project

... Y los toreros, en vías de extinción.

Aquí quiero apuntar a la necesidad de que empecemos a vetar las malas prácticas que atentan contra los animales. No, nos tenemos que inmolar para proteger a un toro en La Santamaría. Pero sí atacar desde el argumento y la movilización ciudadana pacífica para generar presión sobre este tipo de eventos.

No es posible que las autoridades permitan el ingreso de niños mayores de 3 años a las corridas, como si un niño no tuviera la suficiente sensibilidad para ver que la sangre es impactante. Pero hay que ver a los taurinos lamentarse porque les "cortaron el chorro", que se sienten muy ofendidos porque ya nos les permiten ingresar sus "botas" con licor. Y así es todo lo absurdo que encierra esta clase de eventos, sin sentido y sin una razón de ser. 

Entonces, yo me pregunto: ¿qué nivel de atraso tenemos en un país donde estamos afectados por la violencia que cargamos desde siempre, pero hacemos de la muerte sanguinaria de un animal una "fiesta"?

Así que no me cansaré de proclamar hasta que mueran las corridas de toros:

Los toros en el campo. Las corridas sólo en la cama. Y los toreros, en vías de extinción.





















martes, 5 de febrero de 2019

¡FELIZ AÑO NUEVO, CHINO!

¡新年快乐!

¡Xinian Kuai Le!

¡Feliz Año Nuevo!




Quiero abrir el 2019 en este blog, celebrando con ustedes la llegada de un nuevo año. 

No el del 31 de diciembre, de ferias y fiestas occidentales. Hoy empieza un nuevo ciclo, el verdadero inicio que se celebra al otro lado del mundo. El Año Nuevo Lunar. 

Y con esto presente, quisiera traer a mi memoria lo que significó para mi la fortuna de haber presenciado una de las fiestas más maravillosas y llenas de misticismo que pueda haber: el Año Nuevo Chino.


Feliz Año Nuevo, Chino!

China celebra hoy 5 de febrero la llegada del Año del Cerdo o del Jabalí, acontecimiento que mueve a 1.386 miles de millones de habitantes. De lejos, es el éxodo masivo más impactante del mundo, que los lleva a regresar a sus casas situadas en las zonas rurales del país. Y desde hoy se inician el Festival de la Primavera, hasta el 15 de febrero.

Mucho se habla sobre el "Milagro Chino" y el acelerado crecimiento de las ciudades en los últimos 30 años, en particular Shanghai (considerada la capital financiera del país y que tiene 24 millones); de Chongqing (que fue creada en 1997 y hoy tiene 30 millones de habitantes); y de Beijing, la capital, que "sólo" tiene 21 millones. 

Esto es sólo a manera de referencia, para entender la magnitud que significa la "migración a la inversa" que hay a propósito del Año Nuevo. De esa población que se ha hecho cada vez más urbana, con mayores ingresos y con un estatus más alto; pero que regresa cada año a reencontrarse con sus parientes de los pueblos perdidos, de esa China profunda que aún no sale de la memoria de Mao Zedong y vive todavía recordando la -terrible- Revolución Cultural.

Pasajeros en la estación de trenes de Hangzhou - Fuente: theguardian.com
Back to basics

Si hay algo que caracterice la esencia china es el apego a las tradiciones. Los chinos respetan y veneran, más que al dinero (que es mucho decir) esas creencias originales de las que no quieren despegarse aún siendo cada vez desarrollados -económicamente hablando. 

Cada amuleto, cada símbolo, cada color, cada señal que trae el Año Nuevo tiene un sentido absoluto. Más allá del animal al que se venere año tras año, los elementos que hacen parte de su celebración familiar son únicos y permanentes. Son como una "marca registrada" que sale cada año a avisar que es hora de volver a casa. 

Avisos tradicionales que se ponen en todas las puertas (Ni idea que dicen, pero deben ser buenos)

El rojo es imperativo en la ropa, en los adornos de las casas, edificios, oficinas públicas: las lamparitas que aquí reconocemos como las propias de "restaurante chino de barrio", es la decoración infaltable en todos los lugares. Las luces, en general, están en todas partes, porque para los chinos es una forma de ahuyentar los malos espíritus. 

Foto tomada en el pueblo de Wuzhen, durante Año Nuevo de 2012 - Archivo particular

Precisamente por esa fijación que tienen los chinos por espantar a los malos espíritus es donde sale su intensidad ante la pólvora. Ya sabemos cómo y en dónde se creó (esa tarea la hicimos todos en algún momento de la primaria). Pero verla estallar, en todos los colores y magnitudes, y presenciar la magnificencia de unos juegos pirotécnicos chinos es inigualable. 



Fotos tomadas desde una terraza en la zona del Bund, en Shanghai. 23.01.12 - Archivo particular
Las fotos, claramente, no le hacen justicia al espectáculo que realmente es, (perdón por la calidad, era 2012). Ese es un evento en el que puede pasar una hora o más, y los fuegos pirotécnicos no paran; a cuál más brillante y más bello. 

En todas las ciudades hay pólvora estallando sin cesar. Los chinos pueden seguir toda la semana que dura la celebración del Año Nuevo, y no se cansan de "totear" cosas, sólo para ver cómo echa fuego y hace el ruido suficiente para "espantar a los demonios" de sus casas. 

Pero si uno es Occidental, llega un momento en donde no soporta más el "tiroteo" de totes y ya deja de parecerle bonito el fuego pirotécnico de los vecinos chinos, para ser realmente insufrible.

El desastre que quedó en inmediaciones de mi casa del Año Nuevo Chino de 2012 - Archivo particular

En la boca del Dragón

Recién llegada a China en 2012, me recibió el Año del Dragón. En las creencias de los chinos, ese era un año muy potente dentro de su esquema de creencias por la simbología que representa ese animal fantástico: poder, fuerza y buena fortuna. Cuando entendí la verdadera dimensión de la pasión de los chinos por esta imagen mítica y la pirotecnia fue en un viaje que hicimos a Wuzhen, un pueblo absolutamente fantástico, en esos mismos días de la celebración del Año Nuevo del Dragón.

En la noche en la que nos quedamos allá, desde las 12:00 am hasta las 2:00 am, no dejó de estallar pólvora. Obviamente, no había forma de dormir con ese ruido. Y en lo que yo no dejaba de pensar durante ese desvelo era en una idea espantosa, que fue inevitable asociar con algo conocido. Y es que ese debía ser el mismo ruido amenazante que debían sufrir los habitantes de pueblos atacados por los actores alzados en armas en Colombia. Hago este símil, por horroroso que suene, sólo para darles una idea del agobio que puede producir la celebración de un Año Nuevo en China.

Pero, por contraste, les quiero mostrar lo verdaderamente fantástico que pasó en la mañana siguiente:





Estando en Wuzhen, muy a las 7:00 am, un grupo de no menos 20 jóvenes, hizo una comparsa con el dragón, el dueño del nuevo año. La coreografía era sencilla, pero estuvo siempre bajo lo que hacía la cabeza del grupo, que tenía el peso enorme de llevar al mítico animal por todas partes para, en efecto, espantar los espíritus. 

Fue realmente increíble, porque en ese momento los únicos Occidentales éramos nosotros; y, por tanto, no era un show para los Westerners, sino para los locales que madrugaban a participar en la danza del dragón. Simplemente sorprendente. Lo recuerdo como si hubiera sido el pasado fin de semana, así de vívido.

Lámparas de dragón y ave fénix,  instaladas en la entrada al pueblo de Wuzhen - Archivo particular

Otro de los símbolos supremos de los chinos es la unión del dragón con el ave fénix. Es considerada como la pareja celestial: el dragon es el "yang", la energía masculina; mientras que el fénix es el "yin", la energía femenina; y se complementan entre sí para crear un equilibrio yin-yang para cosechar la felicidad matrimonial exitosa. 

Esta pareja celestial es el símbolo del amor eterno y estar juntos es el símbolo supremo de la felicidad conyugal. Simboliza que el hombre y el cónyuge se mantendrán juntos durante todo el tiempo, y que el amor y la pasión durarán hasta el final. 


Presencia y plata 

Aparte de los símbolos y sus tradiciones, para los chinos no hay nada más importante que el dinero. Es prácticamente el "dios" del que son devotos. Justamente, ese ética del trabajo china es básicamente porque a lo único que aspiran es a ser millonarios.

Por tanto, en el infaltable surtido de creencias está el Hongbao, el sobrecito rojo para el dinero de regalo para desear la abundancia y prosperidad de parientes y colaboradores.

Un Hongbao, para poner los billetes uno sobre otro.

Los montos no son como cualquier billetico de $20.000 COP, que uno daría aquí. Para que se hagan una idea, a las colaboradoras del hogar, las benditas Ayi, era tradición darles el equivalente de un mes de trabajo. En billetes de 100 yuanes (aproximadamente $46.000 COP), uno sobre otro. O si no, no volvía después de las vacaciones del Año Nuevo Chino y le dejaba la casa sin arreglar. 

Pero debo decir, a manera de cierre, que una de las cosas que me dejó una grata recordación es esta devoción por los símbolos, los buenos augurios y el reconectarse con lo esencial. Creo que sobre eso hay que intentar conocer a los chinos. Y que si tienen la oportunidad de presenciar en vivo a un país tan vibrante como China en sus celebraciones de Año Nuevo, vale la pena. Así sea por ver los fuegos pirotécnicos y recibir su Hongbao.

Aprovecho para incluir un mensaje especial para ustedes:



¡新年快乐!


























TRAMITOMANÍA PANDÉMICA

En su libro de ensayo, “Pa que se acabe la vaina” (Planeta, 2021), William Ospina hace un retrato fiel y, a la vez, un tanto agobiante del E...