Hoy se conmemora el Día Internacional de las Niñas, a las que celebramos hoy y cada 11 de octubre. Hay quienes se preguntan de la necesidad de instaurar un día para las niñas, pero por qué no para los niños. Una respuesta puede ser porque las niñas son los seres más delicados y frágiles que hay. Son las mujeres en potencia: las que llevan todo el peso de un género que, ante un mundo desequilibrado en muchos sentidos, tienen que buscar la manera de sobresalir, ya sea por su inteligencia, su belleza, su astucia o su fortaleza -o todas las anteriores.
De las niñas esperamos que se hagan lo suficientemente fuertes y capaces, para que logren competir en franca lid con sus pares hombres -o, que por lo menos, no se dejen aplastar por ellos. De algunas se espera en muchos casos, que sean "princesas": esas bellas inocentes de las que se espera nunca pierdan su ingenuidad; son tan protegidas -y hasta sobreprotegidas- para que no les pase nada, no tengan que enfrentar la vida real; y que, ojalá, nunca pisen el suelo y no bajen de su nube. De las que se anhela que en el futuro encuentren un "príncipe", que las rescate y que jamás las haga sufrir.
Pero, tal como lo veo una y otra vez en las noticias, perdemos a estas lindas princesitas a manos de lo peor de la maldad humana. Tengo la percepción que a las niñas no sólo no las estamos protegiendo lo suficiente, sino que no las incentivamos a que sean capaces de atender las señales de alerta cuando puede haber algún tipo de abuso; a que no se les deje solas ante un posible riesgo para su integridad, salud mental y física, a su propia moral y autoestima.
*****
Hace pocos días, se difundió escasamente la información de una niña de 11 años en la Costa Caribe colombiana, Génesis, a la que abusaron, torturaron y asesinaron. Las razones no son claras y el objetivo no parece identificarse: ¿por qué hay una maldad desbordada, que es capaz de ensañarse con una niña -con las niñas en particular? ¿Por qué vemos, una y otra vez, que las niñas son las víctimas más comunes, a las que se les ataca con tanta frialdad y alevosía?
Y la única respuesta que dimos ante esta atrocidad:
#YoSoyGénesis
Un caso muy similar ocurrió en diciembre de 2016, que estremeció a la sociedad bogotana: el de la violación y asesinato de la niña Yuliana Samboní, a manos de un arquitecto miembro de una familia muy reconocida.
(Aquí no entraré en detalles, porque el caso fue muy publicitado. Y más aún, no pronunciaré el nombre del monstruo que cometió el acto, por respeto a la memoria de la niña).
Ese caso en particular me llegó hasta lo profundo del corazón. Me afectó a tal punto, que debí ausentarme de todo tipo de noticias y redes sociales, porque lo sentí muy propio y me produjo un duelo profundo. Lo sentí muy cerca, incluso geográficamente, porque vivo exactamente en la mitad desde el humilde barrio en el que vivía Yuliana y el lujoso edificio donde vivía el depredador; desde mi ventana veo el barrio Pardo Rubio y desde otro ángulo, alcanzo a ver el sector de la exclusiva zona G donde está ubicado el apartamento.
Como muchos ciudadanos indignados y tristes, visité su lugar de fallecimiento. Puse flores, prendí velas en nombre de mi familia, oré por ella y por su familia, indígenas de la región del Cauca (al sur de Colombia), desplazados por la violencia por culpa de los actores armados y que llegaron a Bogotá para buscar oportunidades -paradójicamente, para trabajar en las casas de familias ricas como las del asesino de Yuliana.
Y en redes se empezó a difundir un símbolo, como una forma de solidaridad con su memoria. Todos nos llamamos como ella, para no olvidar:
#YoSoyYuliana
*****
En el curso de estos años, tristemente vemos que han seguido miles de casos más que han afectado la vida de las niñas. Muchas de ellas ni siquiera merecen una mención y, mucho menos, un hashtag en redes sociales.Y me empecé a preguntar:
¿Para qué han servido los #YoSoy______
(ponga el nombre de la siguiente niña abusada/asesinada/desaparecida)
A lo que concluí: para nada.
Es el símbolo más inútil para guardar la memoria de una víctima. No nos la devuelve, no le hace justicia. No nos identifica.
Nosotros no somos #YoSoy ni Yuliana, ni Génesis, ni ninguna de esas niñas que pertenecen a otras condiciones sociales y económicas; que, tristemente, no tienen la atención y privilegios que tienen las niñas de ciudades, esas princesitas sobreprotegidas que tienen garantizado el cuidado de todos a su alrededor.
Sí: podemos ser solidarios con ellas, porque algunos entendemos los difíciles contextos de donde vienen las Yulianas y las Génesis. Pero un hashtag no hace nada por ellas ni por cambiar las realidades de las otras niñas en condiciones de escasez, atraso e ignorancia.
Cada vez estoy más convencida que ese ciclo vicioso puede empezar a retroceder si se le da a las niñas nuevas herramientas: que tengan las garantías plenas para estudiar, lo que les empieza a dar elementos de juicio suficientes para empezar a tomar su propio futuro. Si tienen mayor información, se puede empezar a contener la tasa de embarazos adolescentes, de violencia intrafamiliar y abuso.
(Ante esto, hay un sinfín de iniciativas poderosas, que han trabajado especialmente con las niñas, que recomiendo conocer: BeGirl, liderado por la colombiana residente en EEUU Diana Sierra; y TirandoPorColombia).
*****
A manera de conclusión, pensemos en las niñas que tenemos alrededor.
Las mías, mis sobrinas Isabella (12) y Elisa (5), son dos mujeres en potencia que están creciendo con mucha gracia, inteligencia y belleza. No esperan ser princesas, porque ellas saben que tienen todas las capacidades para ser heroínas de su propia historia. Pero saben que hay niñas que no cuentan su misma historia; pero no es necesario un hashtag para recordarlas.
Fantástica campaña de la ex primera dama Michelle Obama: Global Girls Alliance
De las niñas esperamos que se hagan lo suficientemente fuertes y capaces, para que logren competir en franca lid con sus pares hombres -o, que por lo menos, no se dejen aplastar por ellos. De algunas se espera en muchos casos, que sean "princesas": esas bellas inocentes de las que se espera nunca pierdan su ingenuidad; son tan protegidas -y hasta sobreprotegidas- para que no les pase nada, no tengan que enfrentar la vida real; y que, ojalá, nunca pisen el suelo y no bajen de su nube. De las que se anhela que en el futuro encuentren un "príncipe", que las rescate y que jamás las haga sufrir.
Pero, tal como lo veo una y otra vez en las noticias, perdemos a estas lindas princesitas a manos de lo peor de la maldad humana. Tengo la percepción que a las niñas no sólo no las estamos protegiendo lo suficiente, sino que no las incentivamos a que sean capaces de atender las señales de alerta cuando puede haber algún tipo de abuso; a que no se les deje solas ante un posible riesgo para su integridad, salud mental y física, a su propia moral y autoestima.
En esto creo |
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Hace pocos días, se difundió escasamente la información de una niña de 11 años en la Costa Caribe colombiana, Génesis, a la que abusaron, torturaron y asesinaron. Las razones no son claras y el objetivo no parece identificarse: ¿por qué hay una maldad desbordada, que es capaz de ensañarse con una niña -con las niñas en particular? ¿Por qué vemos, una y otra vez, que las niñas son las víctimas más comunes, a las que se les ataca con tanta frialdad y alevosía?
Y la única respuesta que dimos ante esta atrocidad:
#YoSoyGénesis
Un caso muy similar ocurrió en diciembre de 2016, que estremeció a la sociedad bogotana: el de la violación y asesinato de la niña Yuliana Samboní, a manos de un arquitecto miembro de una familia muy reconocida.
(Aquí no entraré en detalles, porque el caso fue muy publicitado. Y más aún, no pronunciaré el nombre del monstruo que cometió el acto, por respeto a la memoria de la niña).
Ese caso en particular me llegó hasta lo profundo del corazón. Me afectó a tal punto, que debí ausentarme de todo tipo de noticias y redes sociales, porque lo sentí muy propio y me produjo un duelo profundo. Lo sentí muy cerca, incluso geográficamente, porque vivo exactamente en la mitad desde el humilde barrio en el que vivía Yuliana y el lujoso edificio donde vivía el depredador; desde mi ventana veo el barrio Pardo Rubio y desde otro ángulo, alcanzo a ver el sector de la exclusiva zona G donde está ubicado el apartamento.
Como muchos ciudadanos indignados y tristes, visité su lugar de fallecimiento. Puse flores, prendí velas en nombre de mi familia, oré por ella y por su familia, indígenas de la región del Cauca (al sur de Colombia), desplazados por la violencia por culpa de los actores armados y que llegaron a Bogotá para buscar oportunidades -paradójicamente, para trabajar en las casas de familias ricas como las del asesino de Yuliana.
Y en redes se empezó a difundir un símbolo, como una forma de solidaridad con su memoria. Todos nos llamamos como ella, para no olvidar:
#YoSoyYuliana
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En el curso de estos años, tristemente vemos que han seguido miles de casos más que han afectado la vida de las niñas. Muchas de ellas ni siquiera merecen una mención y, mucho menos, un hashtag en redes sociales.Y me empecé a preguntar:
¿Para qué han servido los #YoSoy______
(ponga el nombre de la siguiente niña abusada/asesinada/desaparecida)
A lo que concluí: para nada.
Es el símbolo más inútil para guardar la memoria de una víctima. No nos la devuelve, no le hace justicia. No nos identifica.
Nosotros no somos #YoSoy ni Yuliana, ni Génesis, ni ninguna de esas niñas que pertenecen a otras condiciones sociales y económicas; que, tristemente, no tienen la atención y privilegios que tienen las niñas de ciudades, esas princesitas sobreprotegidas que tienen garantizado el cuidado de todos a su alrededor.
Sí: podemos ser solidarios con ellas, porque algunos entendemos los difíciles contextos de donde vienen las Yulianas y las Génesis. Pero un hashtag no hace nada por ellas ni por cambiar las realidades de las otras niñas en condiciones de escasez, atraso e ignorancia.
Cada vez estoy más convencida que ese ciclo vicioso puede empezar a retroceder si se le da a las niñas nuevas herramientas: que tengan las garantías plenas para estudiar, lo que les empieza a dar elementos de juicio suficientes para empezar a tomar su propio futuro. Si tienen mayor información, se puede empezar a contener la tasa de embarazos adolescentes, de violencia intrafamiliar y abuso.
(Ante esto, hay un sinfín de iniciativas poderosas, que han trabajado especialmente con las niñas, que recomiendo conocer: BeGirl, liderado por la colombiana residente en EEUU Diana Sierra; y TirandoPorColombia).
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A manera de conclusión, pensemos en las niñas que tenemos alrededor.
Las mías, mis sobrinas Isabella (12) y Elisa (5), son dos mujeres en potencia que están creciendo con mucha gracia, inteligencia y belleza. No esperan ser princesas, porque ellas saben que tienen todas las capacidades para ser heroínas de su propia historia. Pero saben que hay niñas que no cuentan su misma historia; pero no es necesario un hashtag para recordarlas.
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