Puedo decir con orgullo que era una novia preciosa. Mis parientes decían que parecía Grace Kelly (la princesa de Mónaco, no tanto la actriz de Hollywood). Como la celebración fue en el Caribe colombiano, llegué en yate acompañada de mi papá; y me bajé temblando más por el susto de resbalarme de la embarcación, que de la decisión de casarme con ese apuesto y brillante príncipe extranjero.
Sin duda alguna, esta fecha siempre será muy significativa para mi. Honro este día porque, a partir de esa boda tengo cierta certeza sobre lo qué es un matrimonio, pero también qué no lo es.
En mis votos, yo hice una promesa: que a dónde fuera mi esposo, yo iría con él. Lo dije en español y en mandarín: al norte (bei), al sur (nan), al este (dong) y al oeste (xi), para que quedara claro que yo estaba jugada en el todo por el todo en este vínculo. Y también confié en que la premisa "hasta que la muerte los separe" fuera efectiva.
De las dos consignas, la primera sí fue verdad. Cumplí a cabalidad mi mandato personal y acompañé a mi marido hasta donde él quiso llevarme. La segunda... bueno, aquí estamos escribiendo estas líneas. Por fortuna, el amor no me mató, aunque sí llegó a herirme (literal y metafóricamente).
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Es posible que a partir de la historia vivida, uno quede algo (o bastante) maltrecho de lo que le dejó el matrimonio. Y es normal y esperable que eso sea así. Al fin y al cabo, es una derrota personal y familiar; un duelo que lo marca a uno para toda la vida. Ojalá así sea: que no se le olvide nunca por lo que pasó, para dar un mejor paso en el futuro.
Con esto no quiero darle razones a los escurridizos solteros y solteras para que sigan en un estado de tibia indecisión. Es más: uno no se tiene que casar por un rito y hacer una fiesta majestuosa como la que mis papás me pagaron en el Caribe. Como dice mi mamá: una cosa son las bodas y otra cosa son los matrimonios. Una boda es un sólo día y el matrimonio dura hasta que la paciencia alcance.
Al margen de bodas o matrimonios, yo creo que cada pareja debe honrar al otro con su compromiso y que cada uno debe resaltar sus individualidades, crecer juntos en compañía del otro -como la figura de las dos naranjas completas, no medias naranjas (idea por lo demás bastante reevaluada). Para algunos suena obvio y su vida en pareja es así de ideal. Pero eso yo no lo sabía, porque creía que mi personalidad debía acoplarse para que mi matrimonio funcionara y seguir cumpliendo el mandato de seguir por el mundo a mi amado.
Lo que también aprendí el día de mi matrimonio es la promesa de amar y respetar todos los días de la vida. Eso es muy bello pero es no fácil pensar en una eternidad, cuando en la realidad es un reto seguir casado día tras día. Creo que, en vez de ponerlo en términos intangibles de la perpetuidad de un matrimonio, se debería fomentar la idea que la eternidad se hace diariamente. Es en ese ejercicio permanente del amor y el aguante donde la pareja va viendo si en realidad la muerte es la que los va a separar; o más bien, una decisión concertada de terminar el vínculo.
Como lo pensaba hace unos días: el matrimonio es lo mejor y lo peor que me ha pasado. Podría tener muchas razones para estar dolida; pero ha sido lo mejor porque haber pasado por ahí me ha dado información vital que no tendría de otra manera. Y, ante todo, para saber que el compromiso entre dos personas que se aman y se honran de manera consciente y decidida es más potente que la idea de que la muerte los va a separar.
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Me encantó! qué mensaje más potente acerca del compromiso y del amor consciente a diario! Qué sabia eres amiga. Te envío un gran abrazo!
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