Acompáñenme a ver esta linda historia...
Hoy me pasó un cosa sorprendente, maravillosa y nostálgica al mismo tiempo. Un momento de *serendipia* y casualidad, que uno no cree que pase en estos tiempos donde todos los días parecen ser iguales.
Saliendo a hacer el paseo diario con Lulú, me encontré con Lina, una amiga muy significativa para mi, de la que me había distanciado hace unos años por cualquier razón. No vivimos cerca y yo le perdí la pista desde hace un buen tiempo. No había manera de prever que nos íbamos a encontrar en ese preciso momento, y mucho menos en un barrio prácticamente desierto.
La alegría de vernos fue tan grande, que automáticamente y sin pensarlo nos abrazamos muy fuerte, como siempre. 30 segundos después, caímos en cuenta que está totalmente prohibido tener un acercamiento físico menor a un metro de distancia por el riesgo de contagio del Coronavirus.
Al despedirnos -ya a una distancia prudente- nos disculpamos por el abrazo que nos dimos, pues nadie sabe si es portador del virus y si puede ser el foco de infección hacia otros.
Al despedirnos -ya a una distancia prudente- nos disculpamos por el abrazo que nos dimos, pues nadie sabe si es portador del virus y si puede ser el foco de infección hacia otros.
Mientras le seguía el paso a Lulú en su paseo, tuve una sensación de alegría y tristeza al mismo tiempo -con lo contradictorio que eso sea:
Concluí que los seres humanos somos hechos del tacto. Que necesitamos del contacto directo para saber que la más hermosa forma de comunicación es a través de la manifestación explícita de gestos de cariño.
(Un poco cursi. Pero es así)
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Quienes me conocen en lo personal, saben que a mi me encanta abrazar profundamente a las personas que quiero, porque esa es mi forma de decirles cuán importantes son para mi. Darles las gracias, felicitarlos, acompañarlos en momentos difíciles lo hago con un abrazo estrecho. Transmitirles mi energía con ese intercambio de cariño.
De hecho, hay personas que recuerdan el abrazo que nos dimos en alguna ocasión. Y ese puede ser el mayor halago que pueda recibir: ser recordada por ese gesto tan mío y tan cotidiano, que hago de manera desprevenida pero con pleno afecto.
Pero también me gusta manifestar cordialidad a personas que no son tan cercanas por medio de un abrazo sincero, si la confianza da la oportunidad.
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Digo todo esto, porque creo que lo más duro y difícil de entender es el distanciamiento físico, por supuesto. Pero para mi, la imposibilidad de dar un abrazo a mis papás, a mis tres sobrinos, a mis hermanas, aún viviendo a menos de un kilómetro de distancia y cuando nos reuníamos diariamente a almorzar juntos.
A mi familia extensa en Pereira o en Cali. A mis amigos de la universidad; a las amistades que están en México DF, en Santiago de Chile, en Medellín, o en el barrio Pasadena de Bogotá. Incluso, a antiguos amores, a los que hoy añoro y a quienes me encantaría dar un abrazo.
Por esto, y si alguien me pregunta sobre qué es lo primero que quiero hacer al salir de todo esto, es a recomponer los "abrazos partidos" (como el título de la película argentina) que nos deja el Coronavirus.